El vapor suave
consecuencia de haber amado el cielo y la tierra
se evaporó en el infinito;
las estrellas entendieron el embrujo y enviaron un destello
para fertilizar en el barro el canto del tambor.
Canto Negro
Tres cicatrices de espuma quedaron marcadas
en el costado de la historia.
Abrieron compuerta, rompieron celosía.
No se comprendieron a tiempo las trampas del espejo, las cuentas,
la pólvora, el caballo y la armadura.
Crucificos para despostillarlos en la espalda
de nuestros ancestros.
Látigo para mostrar la buenaventura
del pan y del vino.
Tres cicatrices sobre un mar desconocido,
acechado de monstruos.
Tras del límite germinaron los eclipses;
descendieron las sombras con los utencilios de guerra,
signos y escudos dibujados con fuego invisible.
Conquista de un nuevo horizonte.
Tres arañazos de un fuego fatuo
atestiguarían la arquitectura del desenlace;
marca indeleble al nuevo despertar
súbito, sudoroso.
Los remos y la quilla, la cañonera y el timón
aguardaban su tiempo.
El acontecimiento ya se desmoronaba del cielo.
Ya el canto de lo inescrutable acataba dictámen
antecedía la marcha de las cruces y las espadas.
El edicto de la sentencia acumuló gritos y espasmos
aún después de la muerte.
Ardió la espera equivocada, el vaticinio de los dioses.
También los labios de Xochitzel se volvieron alas de fuego
para no caer en manos del enemigo.
Esta visión mía, constancia del susurro del viento,
tenue ráfaga que desprenden los labios de Xochitzel cuando duermo,
para reventar al día siguiente
en rosas negras y flores de canela.
Porque la pena no fue solo nuestra, también llegó de otras tierras.
Traspuesto el horizonte la Santa pintada de niña
tiñó de rojo la causalidad de la conquista.
El veredicto llegó como tropel de tambores en el viento,
a distintas latitudes y puertos,
antes de la aurora, antes del desembarco.
Pues el canto aquel que abría de florecer en tierra extraña
llegó con partitura de grilletes.
II
Canto Bantú en New Orleans
New Orleans la de muchos amantes,
la que se desgrana en noches tintineantes
y aguijonea, aún más, la tristeza del abuelo.
New Orleans marchas triunfal con la música Prusiana,
por dentro el aliento moro, por la España que te compró.
De un bregar y botín la presa, hasta que un Bonaparte
te integró a París.
No serían muchos los años
la rueda del destierro había girado. Nada huía del hálito de las nubes.
Todo se reducía al acatamiento de la tristeza.
Canto entre pedernales escarlatas de luces sordas, espesas.
Danzantes de fuego
en la pupila del vaticinio augurado
por el poder omnicente del Dios de la noche.
Alquimia musical; nota filosofal desde el Africa exhuberante,
verde-negro al rojo de las llamas del desencuentro.
Idilio sopesado en el ansia;
en la alucinación voluptuosa de hablar con la muerte; de ser y no ser
en la explosión contínua de los instantes.
Todos los ingredientes necesarios:
lamento yoruba y strip tease de Marsella
tambores y brillo de zafiro de Costa de Marfil.
Todo en la ocurrencia de Xangó para burlar
la inquietante pena de no poder separarse de la noche.
Trampa del horizonte para amarrar tantos mares
al muelle donde enquilla la distancia.
New Orleans llaga negra, supurando desconcierto de fuego;
elixir con sangre Bantú de un sagrado antepasado.
Noches de ajetreo en torno a la hoguera.
Storeville tendida a un lado del mar.
New Orleans de tus putas doradas, risos y guiños
para desbordar la locura con botellas de whisky y ron,
besos, puñales de dulzura para rasgar los poros de una negrita
gentiles al contacto del brillo de la luna.
Conquista musical del mundo cuyo origen
se encuentra en el vientre de un burdel, para saquear,
exprimir al tiempo y con sus esencias construir andamios
para trepar y contemplar las formas sensuales de la eternidad.
New Orleans la de tus negros ensuciando los lirios y crisantemas,
fornicando con una pena de tetas de mulata,
y en menos de dos siglos
parir la formula para conjurar los vaticinios de la tierra: El Jazz.
III
Canto a un final imposible
El mismo cielo
el mismo repiqueteo del mar
y sus jeroglíficos de espuma dibujándose en las rocas
"todo tan diferentemente igual"
como el vuelo de las gaviotas
y su graznido que se escabulle
en el horizonte perpetuamente azul.
Hay certeza de la llegada
del arribo de nuevas circunstancias
cirqueros y bedetrices entre la niebla.
Instantes eternizados por el amor inacabado, imposible
de la luna con el sol
del sol con la luna.
Este suspiro que nostros llamamos siglos
y es el amor a la distancia
vuelto día, vuelto noche.
Cada etnia con su rito y sus flores, pintura y tambores,
para quemar el canto en la invocación de los equinoccios.
Danza con frenesí y antorchas.
Esta batucada del alma es el ruido interno de las moléculas,
el burbujeo de las aguas termales de la nada.
Si los siglos se tornan amarillos
por el corrosivo impacto del imposible,
este canto tiznado con el satín que viste la noche
se vuelve eterno
y recorre con asia loca el destello de los astro-dioses-soles
que nostros llamamos estrellas.
A vuelo el tañido de las campanas de aire,
aventura jubilosa del río
que el canto no es propio,
Es el gozo inescrutable de nuestro planeta azul.
Es la ofrenda de nuestro mundo a su creencia,
es el canto negro una reverberación
que recorre el encanto de los ecos
a través de un relicario de primaveras.
Algarabía de la sangre que golpea los tambores, invoca
al presagio, y recorre en círculos al universo,
para que regrese al mismo punto de partida y ser nuevamente
visión de Acotirene,
para desplomarse en la caía sin fín del cielo.
Friday, April 18, 2008
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