Friday, April 18, 2008

Zarabanda

Apenas entreabierto el antiguo portón de encino,
la embriaguez de otros tiempos
su zarpazo de aromas: querosén untado al recuerdo,
aromas íntimos e intimidades compartidas.
Bálsamo a la herida que nunca duerme,
giraluna del alma, flor en pena.
Los perfumes del mediterráneo y el sudor del candomble
embarrados en los barriles de cedro
son la bitácora del burdel.
El umbral dibuja otro siglo.
Sobre el amorfo ronroneo de voces,
tres guitarras desgarran como cuchillada al aire,
la abulia enternecida, la sonrisa burlona.
Hilvanan inescrutable profecía.
Trenzan con sus acordes la liana para subir al cielo,
donde amigos y enemigos nos endilgan
sueños emplumados de ensueños.
Sobre el tablado a palmoteo abierto
invocan al poeta cuya sangre abonó esta tierra de Granada.
Una silueta aparece chispeando a la luz de los candiles,
su pedrería samaritana de luna.
Danza entre giros, teas y romanzas;
conjura truenos y relámpagos.
Sus manos, sus piernas y cadencias
invocan tempestades.
A taconeo abierto hace que retiemble el centro del recuerdo,
las mil y una noche contenidas en su mirada.
Afuera la noche camina sobre el tejado,
con su violín de estrellas y lejanías
pulsa emociones, embriágueses y el canto
del poeta que vaga en la plaza.
Aquí dentro el tiempo se detiene
observa a la zarabanda fiel a su estirpe
embelezar a moros y cristianos con su baile.
Todos los aquí reunidos han llorado
la muerte del poeta.
Por eso están ebrios de optimismo,
ante la desdentada pradera de lo irremediable.
Por eso agrietan lo imposible
con el viento, sus guitarras y su canto;
veneran esos amores que se difuminan
en el amplio valle del recuerdo.
Las castañuelas ruedan desde el cielo
hasta la sangre vertida de una mujer adorable.
Dicen desde el delirio del fuego
que la otredad hará resonar la leyenda
en aguas y lluvias que viajan a la mar.
Todos están con la mirada serenamente feliz.
Observan el sepulcro y su cruz de madera
con el nombre de Federico gravado a cuchillo.
Todos aquí veneran a la risa,
palmotean, cantan y espantan la tristeza con las manos.
En tanto se renuevan los brios
por atrapar a la noche que vaga afuera.

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